19 enero 2012

En la Tierra de Nadie





En la Tierra de Nadie el sol se ocultaba en la lejanía de las riveras, el aire frío congelaba las venas y la noche comenzaba hacer su aparición. No era un día anormal. Al contrario, era un día  de lo más común, donde los inmortales yacían eternos en sus crudas moradas.  Es extraño imaginar un lugar tan frío y hostil con aires de abrumador. De repente, los murmullos rompieron el silencio. Debo confesar que me sorprendí al escuchar las voces trémulas y temblorosas, miedosas en demasía a la llegada de un forastero como yo. No era la primera vez que pisaba esas tierras, pero no tenía la suficiente confianza de desenvolverme con naturalidad. Por alguna razón, no me gustaba la espina que me clavaba mi intuición tan asertiva que pocas veces fallaba, pero prefería no pensar en eso.

Las voces se escuchaban cada vez más fuertes y seguidas, y por más que intentaba descifrarlas seguía sin entender lo que decían. No sabía si era una mala señal o era mejor ignorarlas, pero lo que sí sabía es que no me causaban miedo. Pocas cosas me infundían miedo y ésta, no era una de ellas.

Seguí adentrándome en aquellas tierras desconocidas cuando una mujer de la nada apareció a lo lejos escabulléndose entre las sombras de la espesa niebla que comenzaba a aparecer. Sólo percibí su silueta, pero recuerdo su cabello negro largo y abundante. La seguí, pero se escabulló como si nunca hubiera aparecido.

Continué mi camino, extrañado por las cosas singulares que pasaban. Efectivamente como confirmé en mis sospechas, el lugar estaba desértico y aún no sabía qué eran esas voces que iban y venían con el viento.

Para esta hora la oscuridad inundaba el pequeño pueblo y me adentré en una cabaña para pasar la noche. Prendí la chimenea con la poca leña que quedaba y decidí dormir; un largo camino me esperaba.

Al amanecer me desperté sobresaltado al oir el eco de un gemido lánguido en la lejanía. Salí y vi a lo lejos a la mujer del día anterior. Esta vez no quise dejarla escapar.

Cuando por fin la encontré estaba sentada junto al río. No quise ser inoportuno y mucho menos que le pareciera brusco. Me acerqué cautelosamente y percibí que temblaba entre sollozos.  Pregunté:

-¿Estás bien? – temí que no contestara.

Y efectivamente no contestó. Permaneció en silencio sin darme la cara, sólo notaba su pelo brillante cubriéndole los hombros. Me atreví a tocarla. Su piel estaba gélida y rápidamente la cubrí con lo poco que llevaba puesto.

-¡Vete! – sin esperarlo contestó apartándose de mí.-¡No necesito tu ayuda!

-Entonces ¿por qué las inesperadas apariciones? – argüí-.

No me respondió. Y los murmullos volvieron a invadir el silencio en la maleza.

-Al menos me dirás ¿qué son esos murmullos? Que este lugar es más místico de lo que pensé.

Tras un largo silencio y sin notar alguna seña de que quisiera hablarme. Decidí irme. No tenía necesidad de buscarme más problemas de los que ya contaba. Además, sólo iba de paso y ya había perdido un día completo de camino. Así que di la vuelta y me marché.

-No entiendes ¿verdad? – Me gritó cuando me iba.

-¿Qué es lo que debo entender? Si este lugar está muerto, escucho voces que no puedo ver y no puedo pedirte explicaciones de cosas que ni yo mismo entiendo.

Se me acercó y me tomó de las manos acercándolas a su corazón.

-¿Sientes esto? -Preguntó.

Su corazón estaba inerte y frío como el hielo. Y al sentirlo, una huracanada de escalofríos me invadió como un deja vu. De pronto, lo recordé todo y entendí, así sin palabras, sin explicaciones.

  Después… sólo me desvanecí en sus brazos.

La Mujer De Los Sueños de Nadie

No hay comentarios:

Publicar un comentario