26 febrero 2012

No Me Dejaron Ser


No me dejaron ser, que de haber sido
y en la íntima conciencia estar resuelto,
al sentir el no ser de haber nacido
en su mismo fulgor me hubiese vuelto.


No me dejaron ser en mi sentido,
y de mi torpe inexistencia absuelto,
quedarme como el Sol, siempre encendido,
y en mi propia virtud siempre disuelto…

Sin inquirir de mí me derramaron
y sin tener fulgores me encendieron,
en esta carne absurda me forjaron;
y hoy cuanto más me miro en lo que fuera
menos me busco en dar lo que me dieron
¡por acudir a ser lo que quisiera!


Baltasar Izaguirre Rojo

20 febrero 2012

A contra hora



El amor ya no es mi quimera,
Ni mi mayor anhelo,
mucho menos queda algo
De lo que antes fuera.

La resignación ahora me aguarda,
La ilusión ya no entra en mi vida,
Soledad es lo que mi pecho guarda
que ya no queda lugar para la dicha.

Pasan los minutos…
Pasan una a una cada hora.
El tiempo ya no es mi amigo,
Es una guerra a contra hora.

Es una bomba a contra tiempo,
Las ganas de luchar se han ido,
Ya no sé ni lo que soy
Ni mucho menos,
  si voy o ya he venido.

Dualidad…
dualidad de la existencia,
Impotencia no descrita,
Soledad antes no dicha,
Poco menos reemplazada.

Un día de estos estallará la bomba,
Un día de estos acabará esta tortura,
Un día de estos cesará mi vida.
Un día de estos… un día de estos…

Que la mujer terminará por tirarse al río.


La Mujer de Los Sueños de Nadie

01 febrero 2012

Carta







Con letras ya borradas por los años,
en un papel que el tiempo ha carcomido,
símbolo de pasados desengaños,
guardo una carta que selló el olvido.

La escribió una mujer joven y bella.
¿Descubriré su nombre? ¡ No, no quiero!
pues siempre he sido, por mi buena estrella,
para todas las damas caballero.

¿Qué ser alguna vez no esperó en vano
algo que, si se frustra, mortifica?
Misterios que al papel lleva la mano,
El tiempo los descubre y los publica,

Aquellos que juzgáronme felices
en amores; que halagan mi amor propio,
aprendan de memoria lo que dice
la triste historia que a la letra copio:

                                     Dicen que las mujeres sólo lloran
cuando quieren fingir hondos pesares,
los que tan falsa máxima atesoran,
muy torpes deben ser o muy vulgares.

Si cayera mi llanto hasta las hojas
donde temblando está la mano mía,
   para poder decirte mis congojas,
                                          con lágrimas mi carta escribiría.

                             Mas si el llanto es tan claro que no pinta,
                         y hay que usar de otra tinta más oscura,
                la negra escogeré, porque es la tinta
         donde más se refleja mi amargura.

Aunque no soy para soñar esquiva
sé que para soñar nací despierta.
Me he sentido morir, y aún estoy viva;
Tengo ansias de vivir, y ya estoy muerta.

                                     Me acosan del dolor fieros vestigios.
                                   ¡Qué amargas son las lágrimas primeras!
                                  Pesan sobre mi vida veinte siglos,
                               y apenas cumplo veinte primaveras.

                            En esta horrible lucha en que batallo,
                           aun cuando débil tu consuelo imploro,
                        quiero decir que lloro y me lo callo,
                      y más risueña estoy cuando más lloro.

                  ¿Por qué te conocí? Cuando temblando
                de pasión, sólo entonces no mentida,
           me llegaste a decir: ¡ te estoy amando
       con un amor que es vida de mi vida!

   ¿Qué te respondí yo? Bajé la frente;
  triste y convulsa, te estreché la mano,
 porque un amor que nace tan vehemente,
es natural que muera muy temprano.

Tus versos para mí conmovedores
los juzgué flores puras y divinas,
olvidando, insensata, que las flores
todo lo pierden, menos las espinas.

   Yo, que como mujer, soy vanidosa,
     me vi feliz creyéndome adorada,
         sin ver que la ilusión es una rosa
              que vive solamente una alborada.

                       ¡Cuántos de los crepúsculos que admiras,
                          pasamos entre dulces vaguedades,
                           las verdades juzgándolas mentiras,
                             las mentiras creyéndolas verdades!

                                  Me hablabas de tu amor, y absorta y loca,
                                  me imaginaba estar dentro de un cielo,
                                  y al contemplar tus ojos y tu boca
                                     tu misma sombra me causaba celo.

   Al verme embelesada al escucharte,
          clamaste,-aprovechando mi embeleso-,
     “Déjame arrodillar para adorarte”,
         y al verte de rodillas te di un beso.

     Te besé con arrojo, no se asombre
   un alma escrupulosa o timorata:
                     la insensatez no es culpa. Besé a un hombre,
   porque toda pasión es insensata.

                Debo aquí confesar que un beso ardiente,
aunque robe la dicha y el sosiego,
es el placer más grande que se siente
cuando se tiene un corazón de fuego.

Cuando toqué tus labios fue preciso
             soñar que aquel placer se hiciera eterno.
Mujeres: es el beso un paraíso
                   por donde entramos muchas al infierno.

                     Después de aquella vez, en otras muchas,
apasionado tú, yo enternecida,
quedaste vencedor en esas luchas
tan dulces en la aurora de la vida.

                 ¡Cuántas promesas, cuántos devaneos!
                       El grande amor con el desdén se paga;
                           toda llama que avivan los deseos,
                                                     pronto encuentra la nieve que la apaga.

Te quisiera culpar y no me atrevo;
es, después de gozar, justo el hastío;
yo, que soy un cadáver que me muevo,
del amor de mi madre desconfío.

Me engañaste, y no te hago ni un reproche,
era tu voluntad y fue mi anhelo;
reza, dice mi madre, en cada noche;
y tengo miedo de invocar al cielo.

                                   Pronto voy a morir; esa es mi suerte.
                         ¿Quién se opone a las leyes del destino?
                     Aunque es camino oscuro el de la muerte,
¿quién no llega a cruzar, ese camino?

                                 En él te encontraré; todo derrumba
                             el tiempo, y tú caerás bajo su peso:
                        tengo que devolverte en ultratumba
                   todo el mal que me diste con tu beso.

¿Mañana he de vivir en tu memoria?
En aquella región quizá sombría
mostrar a Dios podremos nuestra historia.
Adiós... Adiós... hasta el terrible día.



Leí estas líneas y en eterna ausencia
esa cita fatal vivo esperando...
Y sintiendo la noche en mi conciencia,
guardé la carta y me quedé llorando.

 
Juan de Dios Peza