I
Afuera, la lluvia escurre por la orilla de la acera. Adentro, lo que escurren son lágrimas que brotan de su abatido corazón.
Afuera, no ha parado de llover. Adentro, ya ha parado de llorar, pero no deja de doler.
Después de eso, la inspiración marchó con el viento, mezcla de lo que afuera y adentro acaeció. Sólo queda decir lo que no ha dicho y por mucho tiempo no dirá.
Pasó una semana y ella sintió como si no hubiera terminado aquel día. Está deprimida, lo sé. Pero sola es como cura y reconforta su alma. Dicen que tiene un espíritu fuerte, yo lo creo, pero ella no lo sabe; quizá en un par de años recuerde con ironía este suceso como algo fortuito que definió su destino.
Hace días que no deja de pensar en eso, ya le ha dado miles de vueltas al mismo asunto. Lo ha imaginado con cientos de escenarios diferentes, pero teme que el resultado es el mismo. En todos, a él deja de importarle.
En un principio, esa fue la causa de su pesar, lo que no sé es… ¿en qué momento se convirtió en un enorme monstruo de tristeza? Alguna vez escuché que las penas amorosas transforman a la gente en grandes monstruos de tristeza, pero dudo que sea solamente el caso. La conozco y sé que hay algo más.
Siempre la melancolía ocupo un lugar en su corazón, lo supe desde que leí sus versos; pero la tristeza es algo que en combinación de la soledad a veces resulta ser muy superior. Su alma está herida casi puedo sentirlo, aunque la razón no la sé. De lo único que estoy segura es que esto no la mata, cuando sea el momento preciso ella sabrá cómo reponerse y renacerá de las cenizas más fuerte que nunca.
La Mujer De Los Sueños De Nadie
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