La religión marca sin lugar a dudas la tradición de un pueblo. En Japón la primera religión mayoritaria que se adoptó fue el Shintoismo. Shinto puede traducirse por "El camino de los Dioses". Surgido en los albores de la historia japonesa, el shintoismo ha teñido todos los aspectos de la experiencia emotiva del país, condicionando sus respuestas ante la naturaleza, la existencia, la muerte, la vida comunitaria, la organización social, la ideología política, las festividades y la estética.
A principios de los siglos XVIII y XIX, el Shinto se convirtió en el eje de un movimiento nacionalista, el Movimiento del Aprendizaje Nacional, que pretendía definir las caracteristicas distintivas de la cultura japonesa frente a las de China y Occidente a través de los clásicos y las virtudes shintoístas de la sencillez y la pureza de espíritu.
Si el zen enfatizó las virtudes militares del estoicismo y el desdén por la vida, y proporcionó una técnica para el entrenamiento de la instintividad, el shinto recalcó la lealtad al soberano y el patriotismo.
Como en el zen, el shinto enfatiza la bondad esencial del alma y la infalibilidad de la conciencia. Los templos shinto en su interior también son muy sencillos: no hay unos objetos de adoración que un simple espejo colgante. Por lo tanto, el acto de adoración se convierte en un llamado a "conocerte a ti mismo". Es obvio que el zen y el shinto son naturalmente compatibles en ciertos aspectos y en ocasiones ambos han estado relacionados institucionalmente y quedado dentro del mismo departamento del gobierno. Podría decirse que en particular el shinto cumplió el papel de una Iglesia establecida.
El shinto comprende también un elemento de adoración a los antepasados, a la naturaleza y a la cabeza de la familia nacional, representado por el emperador, considerado la encarnación viviente del Japón. La tierra de Japón (Nippon o Yamato) era también el sitio de reposo de los dioses y los antepasados muertos; y como tal equivalía a una tierra sagrada para la cual ningún sacrificio era demasiado grande. Los escuadrones suicidas y los pilotos Kamikaze de la Segunda Guerra Mundial, aunque para Occidente tal vez parecieran un fenómeno maniático de individualismo, caen directamente dentro de las tradiciones de los Samuráis.
Con una religión estatal de tal naturaleza no es de sorprenderse que los Samuráis, o en los tiempos modernos el ejército japonés, constituyeran la fuerza de combate más formidable, y en particular para la defensa de su territorio amado.
El secreto del éxito económico actual de Japón es indudablemente esa misma lealtad al grupo, ese orgullo y voluntad disciplinada.